Vivimos tiempos
en los que los estímulos son constantes. Se agolpan las películas por ver, los
libros por leer, los programas de radio por escuchar y se acumulan las páginas
web que releer y los reportajes que la prensa diaria nos sugiere y que amplía la lista de cosas pendientes. Además, visitamos las redes sociales y no damos abasto
a leer lo que en tan solo 140 caracteres publican aquellos a los que seguimos en
twitter.
Hay quien
reacciona ante tanta información y contribuye a engrosar la lista de nuestras
tareas pendientes con sus aportaciones, pero otros muchos no tienen tiempo para
opinar de forma razonada, personal y pausada sobre lo que han visto, oído o
leído. El exceso de información nos está apartando de la reflexión.
Además, todo
sucede muy deprisa y lo que esta mañana es noticia, por la noche ha desaparecido
de nuestro entorno porque algo más actual ocupa su lugar. Como sabemos, hay
poderes que se encargan de decidir qué es lo actual e interesante. Y hoy en día parece
estar consensuado que alguien se encargue de indicarnos qué es aquello sobre lo
que tenemos que pensar, si es que nos queda un rato para hacerlo.
El silencio, la
soledad, la televisión apagada, el teléfono silenciado y la reflexión sobre lo
leído, escuchado o sugerido ha de volver a nuestras vidas. Algunos sugieren la
meditación oriental, casi nos obligan a hacer yoga o se ponen de moda el
coaching y los psicoterapeutas, pero no nos damos cuenta de que estas terapias que
también dejamos en manos de otros, nos están indicando que tenemos que parar,
detenernos y ahondar lo más posible en la mayoría de las cosas que nos suceden o
interesan. No podemos dejar que pasen los días y sean otros los que conformen
nuestros pensamientos y nuestra manera de ver el mundo.
Vivir es pensar
sobre lo que acontece a nuestro alrededor y actuar en consecuencia. Pero actuar
de manera consciente y responsable, sin dejarnos influir por lo que otros hayan
dicho, y para eso hay que pararse, detenerse un ratito cada día, aunque sólo
sea unos minutos para fijarse en el paisaje, en la persona que tenemos enfrente
o en la frase que alguien acaba de lanzar desde cualquier medio e intentar
verlo todo desde nuestros propios ojos, apartándonos de la influencia de los
demás y disfrutando de la vida, que algunos quieren que corra sobre nosotros
sin que nos demos cuenta de que, al menos, cada uno de nosotros tenemos la
posibilidad de pararnos unos minutos cada día para decidir quiénes queremos
ser, a partir de todo lo escrito, dicho o dibujado por los que interpretan
nuestro mundo, y actuar en consecuencia.